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Las Columnas de la L.·.: Dualidad vs Complementariedad

Cada vez que se ingresa a un Templo, uno de los elementos más visibles son las columnas que se encuentran a la entrada, pero ¿qué representan? Representan el carácter dual de toda experiencia en el “mundo objetivo[1]” o “reino de la sensación”. Estos conceptos de objetividad y de sensación que tienen a su vez una interrelación en el inmaterialismo filosófico desarrollado por George Berkeley[2], padre del “empirismo” quien combatía el materialismo al afirmar “que el entorno debe percibir un elemento para que esté consciente de su existencia”, aseguraba que, “un ser existe y es por el hecho de ser percibido por todo elemento que lo rodea, y este elemento puede ser abstracto también, como el amor que es un elemento que muchas personas afirman percibirlo”. Y este planteamiento debe ser considerado para alcanzar un equilibrio en el planteamiento de que el ser humano es (o debería de ser) 50% razón y 50% sentimientos, dado que en los tiempos actuales se vive una instrumentalización de la razón y la apertura mental necesaria para comprender el sentido de ciertos aspectos relacionados con la esencia humana que son la filosofía y la espiritualidad.



Retomando el tema de las columnas, estas representan los dos principios: el de “complementariedad” (“humanizado en nuestros dos ojos”), y el de “dualidad” que se “manifiesta en casi todos nuestros órganos, en los dos lados: derecho e izquierdo de nuestro organismo, y en los dos sexos que integran la especie humana y se reflejan en todos los reinos de la vida y de la naturaleza[3]”.

Para Aldo Lavagnini, las columnas responden “cósmicamente” a los principios de “la actividad y de la inercia, de la energía y de la materia, de la esencia y de la substancia, representados por el azufre y por la sal en el cuarto de reflexión” y “metafísicamente”, por los aspectos masculino y femenino de la Divinidad, que “como Padre y Madre celestiales, como dioses y diosas, y en sus aspectos particulares, se encuentran prácticamente en todas las religiones”.

El término dualidad señala la existencia de dos fenómenos o caracteres diferentes en una misma persona o en un mismo estado de cosas. En el ámbito de la “filosofía y la teología”, se conoce como dualismo a la doctrina que postula “la existencia de dos principios supremos independientes, antagónicos e irreductibles”. En este sentido, las nociones del bien y del mal son un ejemplo de dualidad. Ambas pueden definirse por oposición y hacen referencia a dos esencias completamente distintas. Materia-espíritu y realismo-idealismo son otras muestras de conceptos que conforman una dualidad.

En el conjunto de doctrinas dualistas existentes y que parten de esa diferenciación entre el Bien y el Mal existe una serie de rasgos en común. Por ejemplo, el hecho de que “el Bien siempre se identifica con la luz y también con el espíritu”, mientras que “el Mal se asocia en todo momento con la oscuridad, con lo que es la parte corporal y también con el propio Diablo[4]”. La filosofía china, en cambio, apela a la noción del yin y el yang para resumir la dualidad de todo aquello que existe en el universo y puede aplicarse a cualquier situación u objeto, ya que explica en su premisa “que en todo lo bueno hay algo malo y viceversa”.

Otros dualismos importantes a lo largo de la historia se encuentran, en el caso de la filosofía con el pensador prusiano Immanuel Kant que estableció la dualidad entre la razón práctica y la razón pura. En el dualismo teológico se observa la existencia de un principio divino del bien (asociado a la Luz) en contraposición a un principio divino del mal (las Tinieblas). Dios es señalado como responsable de la creación del bien, mientras que el mal es atribuido al diablo. El dualismo, por lo tanto, libera al hombre de la responsabilidad por la existencia del mal en el mundo. La Iglesia católica se opone a esta dualidad ya que defiende a un Dios omnipotente e infinito, sin que pueda existir un mal que limite su potencial. “Todo lo que existe fue creado por Dios, nada de lo creado por Dios puede ser malo”.

La complementariedad es por definición el principio que debe regir el inter-juego de roles en el grupo, para que estos puedan ser funcionales y operativos. Su antónimo es la suplementariedad. El principio de complementariedad está íntimamente relacionado con el vector “cooperación”, y alude al hecho de que “los diversos roles deben ser complementarios entre sí para que los miembros puedan cooperar en la realización de una misma tarea”. Por lo tanto, así como la complementariedad tiene relación con cooperación, la suplementariedad tiene relación con la competencia, de forma que "cuando aparece la suplementariedad, invade al grupo una situación de competencia que esteriliza la tarea".

Sin embargo, la complementariedad trasciende el sentido positivo cuando se aplica a casos 'negativos' como la complementariedad que puede haber entre saboteadores y cómplices, o entre chivos emisarios y expiadores. No obstante, la idea de complementariedad debe ser entendida, en el pensamiento de Pichon Rivière, en su sentido positivo[5]

Para cerrar temas, cabe recordar que el fin de la masonería es social, tomando como unidad la construcción del ser humano, un ser que es diverso (y dual en su forma de entender los fenómenos del espíritu[6]) y complementario (pudiendo formar un Uno). En el plano de la aplicación por ejemplo la dualidad y la complementariedad sirven para mejorar o perfeccionar algo, así como el hombre y la mujer se perfeccionan a través del matrimonio en el caso de las parejas heterosexuales, e incluso en las parejas homosexuales donde los principios femenino y masculino como elementos duales y complementarios están presentes; se justifica incluso por el principio de complementariedad esotérica en el concepto de las “almas gemelas” quienes pueden ser pareja, pero también pueden ser padre e hijo, guía y discípulo o simplemente amigos muy cercanos y que forma una armonía entre dos individuos.

En el plano cósmico, las almas gemelas son personas que han efectuado todos sus ciclos de evolución juntos, lo cual es muy raro de encontrar porque estas almas (seres), generalmente se separan en algún momento de su evolución, una avanzando más rápido que la otra o queriendo experimentar otras cosas, pero en el caso en que llegan a hacer un máximo de evolución juntas, a encontrarse juntas ante el Maestro, creándose una verdadera unión y pareciéndose (a nivel del alma) como hermanos siameses[7].



Al respecto de la relación entre hombre y mujer, existen estudios que aseguran que “todos necesitamos del otro para crecer, para desarrollar nuestras potencialidades y lograr el auto perfeccionamiento al cual todo ser humano está llamado”, pues “es por medio de la relación hombre-mujer y únicamente a través de ella” que ambos pueden lograr la plenitud buscada, debido a su complementariedad “física, psicológica y espiritual”, razón por la cual en una relación de pareja se llega a sentir la integración de nuestro ser con el del otro, “ya que se deja de ser uno solo para convertirse en un nosotros”; es decir, eliminando el egoísmo, pues por el contrario a la individualidad, “se necesita la entrega y la donación mutua, y para esto se requiere que exista la reciprocidad (o cooperación) entre ambos para que de esta manera una pareja pueda ir logrando paulatinamente la madurez de su relación que implica un crecimiento juntos”. 

Esta es la razón por la cual es tan importante que la pareja, al estar consciente de que se une para toda la vida con el otro, busque no sólo compartir toda la vida uno al lado del otro, sino que también compartan ideales, valores y el sentido de su existencia, de tal manera que aunque existan diferencias se pueda dar la complementariedad y la integración entre ambos. Es decir, una pareja no puede pretender ser complementaria e integrarse si ambos van por diferentes caminos, tienen diferentes ideales y no comparten valores fundamentales.

En una dimensión de lo social, “para la posmodernidad, la diversidad cultural (y religiosa) no constituye un factor imprescindible para la construcción de la Casa Común de todo lo que existe, incluyendo al ser humano en sus diversidades culturales, sociales y fisionómicas. Más bien se la toma como un aspecto estético, un mosaico multi–color, tal como anuncian los comerciales de una marca globalizada: United Colors of Benetton. En su referencia a las “Naciones Unidas” (United Nations), se ve con claridad la diferencia entre la concepción posmoderna de la diversidad hedonista y la concepción de una convivencia pacífica y en iguales condiciones de vida, tal como lo plantea la idea y la institución de las “Naciones Unidas”.”


Occidente[8] ha desarrollado una ideología de la “pureza” que se plasma por ejemplo en el racionalismo de la “razón pura”, en las ortodoxias religiosas y teológicas (la doctrina “pura”) y en una supuesta cultura occidental “pura”. Para la cosmovisión andina, la “pureza” es signo de muerte, de esterilidad y de violencia. La vida siempre se contamina, se mezcla, se junta con otros modos y maneras, se deja interpelar e interpela. Nunca es pura; desde el nacimiento hasta la tumba incorporamos “impurezas” ideológicas, religiosas, culturales y tecnológicas en nuestro proyecto de vida. La historia es una historia de “contaminación”, a pesar de las múltiples campañas de extirpación de estas impurezas dogmáticas, doctrinales, civilizatorias y hasta económicas.

Una cultura “pura” tarde o temprano llega a descansar en el museo, y una religión “pura” muere de anemia de la letra normativa. Para los ideólogos de la globalización neoliberal y cultural, sólo queda una única vía, el camino del mercado desenfrenado, bajo un solo dios, que se llama “progreso” y “rentabilidad”, y bajo un solo valor que es el de los accionistas. La intromisión del Estado y de los mismos ciudadanos desempleados se llama “estorbo” del mercado, contaminación de su forma pura y perfecta que es un nuevo fundamentalismo religioso.

Un diálogo sincero y verdadero nunca es conservador, o sea, siempre lleva a cambios y transformaciones de las personas y sus culturas que entran al diálogo. Nadie sale de un diálogo tal como había entrado; en el diálogo intercultural, uno no se “conserva” en su postura monocultural o culturo–céntrica. Por eso, el diálogo intercultural siempre “contamina” o, tal vez mejor: “contagia”. Dicho de otro modo: el diálogo intercultural se despide definitivamente de la ideología de “purezas” culturales, filosóficas, religiosas y políticas.

El principio fundamental de la filosofía andina es el principio de relacionalidad y de acuerdo a éste, ningún ente, ninguna persona, pero tampoco una cultura o una cosmovisión puedan existir en forma autárquica y encerrada. Todo tipo de “monismo” –monoteísmo, monoculturalismo, monólogo, monocultura– es incompatible con este principio fundante y directriz de la mentalidad y sabiduría andina. La supuesta autosuficiencia de una persona (solipsismo), de una racionalidad, una religiosidad, una cultura, un logos, un paradigma filosófico o de un modelo civilizatorio no sólo excluye a todos los demás modelos de vivir y comprender el mundo, sino que se suicida por asfixia y acaba con todos los demás. 

Para la filosofía andina, la diversidad en sus diferentes aspectos es fundamental e imprescindible para la vida. La uniformidad –como oposición contradictoria a la diversidad– lleva a una realidad estéril, en ambos sentidos de la palabra: monótono (otro “monos”) e infecundo. Lo ‘andino’ vive de la tensión energética de los opuestos complementarios, una relación imprescindible para generar vida y conservarla. El principio de complementariedad, derivado del principio de relacionalidad, es la base filosófica y sapiencial de la diversidad como rasgo trascendental de las múltiples expresiones culturales, religiosas, políticas, sapienciales y tecnológicas de los Andes.

  1. Partiendo de la diversidad sexual, la complementariedad entre lo masculino y lo femenino en todos los niveles de la cosmovisión (“sexuidad”) como base de la vida en todas sus facetas. Sin esta complementariedad sexuada, no se produce vida y todo quedaría estéril como los engendros de la clonación y los robots, producto de una inteligencia necrófila. La energía sexual –en un sentido cósmico– es una de las formas básicas de relacionamiento, guardando siempre el principio de la complementariedad. En el mundo andino la relacionalidad y las múltiples relaciones se interpretan en términos de “energía” y no tanto de “contacto”, “encuentro” o “articulación”. Según una leyenda andina, la humanidad es el producto del “encuentro” amoroso entre el Sol y la Luna en el Lago Titikaka como “nido” de la complementariedad. La física cuántica, la filosofía dialéctica, la electricidad y muchos otros campos de Occidente secundan esta idea de la complementariedad “energética” de los opuestos.
  2. Un segundo nivel de diversidades se da a nivel de cada comunidad, ayllu, pueblo o vecindario, cuando se habla de una oposición complementaria entre dos partes, en general entre una parte alta (Hanansaya) y una parte baja (Urinsaya). La diversidad entre estas partes se desenlaza en encuentros rituales energéticamente cargados, que comúnmente se conoce como “peleas”, “competencias” y “batallas”, pero que en el mundo andino tiene el nombre de t’inku: encuentro ritual de opuestos en forma de danza y lucha ritual. A través de estas oposiciones complementarias, la comunidad se asegura de su vitalidad. 
  3. Un tercer nivel de diversidades se da en la oposición entre una comunidad (ayllu) y el mundo exterior. Se plasma ante todo en la oposición complementaria de dos tipos de éticas, una inclusiva y otra exclusiva, simbolizada en las dos formas lingüísticas para la segunda persona plural (“nosotros”) tanto en el quechua como en el aimara[9]. Una persona que viaja –y las personas andinas viajan mucho– está siempre sujeta a dos tipos de éticas: cuando se encuentra en su comunidad, rige la ética exclusiva de plena reciprocidad, pero cuando está fuera de su comunidad, está sujeta a una ética inclusiva de reciprocidad atenuada.
  4. Un cuarto nivel de diversidades se encuentra en los pluricultivos en los diferentes pisos ecológicos, en el cambio de cultivos en el mismo terreno y en los barbechos. Ninguna familia andina es monocultiva, porque la monocultura no sólo acabaría con la fertilidad del suelo, sino que llevaría a una muerte segura de los seres vivos. La diversidad de cultivos en los Andes es vital para la conservación y reproducción de la vida, debido a la complementariedad entre cultivos, ganado, agua, sol y helada. 
  5. Un quinto nivel de diversidades se observa en cuanto a las expresiones culturales del folclore, de la música y de los bailes. En los Andes existe una diversidad muy rica de vestimenta, tanto ordinaria como festiva, de instrumentos musicales y tipos de música, de bailes y danzas, de canciones y poesías. También en la música y en los bailes (no solamente en el t’inku) existe el elemento de rivalidad en sentido de una complementariedad de opuestos. Uniformar las expresiones culturales andinas a un solo tipo (por ejemplo el wayno o la morenada) llegaría a resultar el golpe mortal a esta misma cultura ancestral y tan diversa. 
  6. En un sexto nivel, la diversidad se da en las diferencias del modo de vivir entre campo y ciudad que para muchas personas no es de ningún modo exclusivo, sino complementario y vital. La gran mayoría de las y los migrantes indígenas del campo a la ciudad, mantienen fuertes lazos con su tierra y con la comunidad de origen, a través de terrenos, cultivos, ganado, lazos de padrinazgo y compadrazgo, ayni y mink’a. No es que lo urbano sea menos “andino” que lo rural, sino que es “andino” de distinto modo. En este punto urge reflexionar sobre una modernidad netamente andina.
  7. Y por último, existe una diversidad asombrosa en el campo religioso, ritual y de cosmovisión como un encuentro energético entre dos universos religiosos opuestos, pero complementarios: el cristiano (sobre todo en la vertiente del catolicismo popular) y el prehispánico (quechua y aimara). No es nada raro que el runa o jaqi andino/a concibe a la Pachamama como “pareja” de Tayta Jesús.
Con la inclusión de estos puntos lo que se quiere tratar es que otras visiones culturales abordan los problemas de la postmodernidad, y de la individualidad, bajo un prima aún desconocido por la visión occidental, dentro de un espacio desconocido que resuelve, a su modo, el dilema causado por la existencia de lo dual (o diverso), frente a lo complementario o de cooperación e interrelación, por niveles. Cada cual inferirá de la presente lectura las respectivas conclusiones.


He dicho!

Yuguito
M:.M:.





[1] Físico o material
[2] Nació en Dysert, Irlanda, el 12 de marzo de 1685.
[3] Lavagnini, Aldo; Manual del Aprendiz, pg. 94, Ed. Kier, 8ª Edición, Bs. As., 1973.
[4] Definición de dualidad - Qué es, Significado y Concepto, http://definicion.de/dualidad/#ixzz3OpzeyKK1
[5] Cazau, Pablo - Diccionario de Psicología Social
[6] De las cuales los aspectos culturales se consideran como el espíritu de los pueblos.
[7] Existen las almas gemelas?, http://esoterismo-guia.blogspot.com.es/2012/03/alma-gemela-existe-explicacion.html
[8] La cultura Occidental.
[9] Noqanchis (quechua) y jiwasanaka (aimara) es el ‘nosotros inclusivo’ e incluye a todos y todas; noqayku (quechua) y nanaka (aimara) es el ‘nosotros exclusivo’ y se refiere sólo al grupo endógeno. Lo que rige para el grupo endógeno (ayllu), no necesariamente tiene validez para la universalidad inclusiva (todos los seres humanos). El código ético de la reciprocidad estricta tiene vigencia primordial para el runa/jaqi en sentido exclusivo, tal como fue concebido el decálogo en la Biblia Hebrea.

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