Había una vez un obrero que superó muchos viajes y leyendas, debido a su apariencia de ser libre y de buenas costumbres.
Pasó la aplomación con aire de humildad, y tenida tras tenida, se esmeró por ayudar al Presidente de su Taller en montar y desmontar los enseres, los cuales guardaba cuidadosamente dentro de un baúl. Todos los demás miembros del Taller se despreocuparon de esa tarea ante la prolijidad del H. del baúl.
Por otro lado, el hombrecillo, jamás se preocupó en leer, jamás se preocupó en escribir, y pensó que con saber deletrear ya le bastaba. Pasaron muchos años, y sus coetáneos compañeros ascendían de rango, y el Presidente le perdonaba su falta de empeño en la lectura y escritura, pensando que la prolijidad en el arreglo de los enseres y el baúl, era una gran labor, más aún siendo que los demás renegaban de esa tarea que no la consideraban tan "importante" en relación al trabajo de elaborar sendas y eruditas planchas, y para qué vamos a negar, esa aparente entrega producía ternura.
Y así llegó un grado, y otro, y otro, y cada vez que sus compañeros admirados de sus escalada le preguntaban sobre los trabajos que había presentado, él respondía que "el trabajo físico tenía la misma importancia que el trabajo manual". Fue siempre implicado y amable hasta qué el viejo presidente del Taller fue reemplazado por uno más joven y de políticas diferentes. Vio entonces el nuevo Presidente que aquel hombre de la prolijidad y el baúl se había convertido en uno de los miembros con mayor rango de entre los obreros y le dió la oportunidad de dirigir su propio Taller. Sin embargo, no pasaron ni dos meses y el Taller terminó por desintegrarse. Qué pasó con el hombrecito del baúl?
Fue entonces aquel nuevo Presidente que le dio la oportunidad de dirigir su propio Taller al hombre del baúl a su casa para tener una conversación profunda para saber lo que había sucedido, y una vez llegando, encontró al baulero ahogado en coñacs, maldiciendo a sus compañeros.
Una cosa que llamaba la atención de la casa del baulero, fue el encontrar una escuadra y un compás, junto con otras herramientas, colgando de las paredes totalmente nuevas, y tan pulidas que hasta brillaban con los reflejos del sol. Le preguntó a pesar de sus estado, sobre aquellas pulidas herramientas, y en un arranque de sinceridad, le reveló que esas herramientas fueron las que en sus ascensos recibió, pero de las cuales jamás hizo uso!
Sorprendido el visitante se marchó y empezó a preguntar entre los viejos miembros del Taller sobre los méritos que habían impulsado en su carrera masónica al ya envejecido baulero, y cual fue su sorpresa al enterarse que aquel baulero, jamás entregó una sola plancha trazada. Era evidente, la embriaguez del coñac, el brillo de sus herramientas jamás estrenadas, y cero planchas trazadas de la Obra, explicaban claramente cual era el motivo del fracaso del prolijo hombrecito aquel, quien sonriente, llevaba Tenida tras Tenida los enseres y el baúl...
Me puedes decir cual es la moraleja del cuento?
Puedes intuir cual fue el desenlace del hombre del baúl?
Cuento inspirado en una historia real, de una colección particular de cuentos masónicos.
Fraternalmente
Olga Vallejo R.
Sup.·.Com.·. del S.·.C.·.R.·.M.·.E.·.
G.·. de la G.·.L.·.M.·. de los Andes Ecuatoriales
Sabes hermano, uno sabe lo que sabe; y hay cosas que ni siquiera sabes que existen, si uno no comenta a menudo es por que muchos seudo maestros ignoran verdades... a veces solo hay que limitarse a la misión que te dieron...
ResponderEliminarDetrás de una aparente humildad, se esconden complejos que se argumentan con lágrimas de cocodrilo que, de facto ocultan la ambición y la envidia. El fin no puede ser otro que la retrogradación de la virtud, el vicio y la autodestrucción propia arrasando, si es posible, con todo aquello que en el fondo envidia hasta llegar a odiarlo.
ResponderEliminar